lunes, agosto 29, 2005

Agua, o sentido común

En cualquier rincón, a pocos pasos de cualquier caminoHace tan sólo unos pocos siglos, el agua no era un problema en Europa. Sabedores de poder encontrar fontanas y arroyos cada pocos pasos, mis escuderos nunca se molestaron en llevar un barril de agua o una calabaza: un buen pellejo de vino, eso sí, porque el agua se encontraba por todas partes, y siempre en abundancia. De los antiguos romanos, grandes ingenieros a la vez que grandes caballeros, heredamos un sinfín de acueductos, fuentes, e incluso presas, que tenían bien abastecidas nuestras ciudades. Y, en el sur de Europa, los árabes unían sus ancestrales conocimientos y mejoraban aún más si cabe las obras antiguas.
Hoy, sin embargo, con mayores conocimientos técnicos y con mayores recursos, el sur de Europa se desertiza. Los cultivos se abandonan y los árboles se arrancan por falta de agua. En muchas ciudades hay restricciones de agua.
Desde que volví, el agua ha sido, para mí, un misterio. Se extrae en grandes cantidades de bajo tierra para llevarla a donde los hombres han decidido establecerse, en lugar de, como antaño, establecer ciudades donde había agua, y no crecer más allá de lo que ésta permitía. En lugar de evitar ensuciarla, se la somete a tratamientos costosísimos para volverla potable, se la transporta a grandes distancias y, luego, esta agua limpia, pura, cara, se utiliza para lavar los suelos, las ropas, los platos, para lavarse las personas: ¡agua potable para lavar las calles o los coches o los perros, o para deshacerse de los excrementos humanos! Dicen los sanadores y médicos que un hombre necesita beber dos litros de agua al día; en las casas, cada persona usa una media de doscientos litros al día: ¿quién puede beber tanto? Siempre agua potable para todo.
Después del milagro de llevar el agua al interior de las casas —milagro que todavía me maravilla—, aún está por llegar el milagro de llevar el sentido común a las casas. Bastaría con una doble instalación de agua: un juego de cañerías llevarían el agua potable, mientras que otra serviría agua para usos higiénicos, menos tratada y, por tanto, mucho más barata. Esta segunda modalidad de agua podría provenir de yacimientos poco aptos para la potabilización, o de las desaladoras que aprovechan el agua del mar (aunque me dice dama Urganda que este proceso todavía es muy caro). Lo importante es reservar la poca agua fácilmente potabilizable del sur de Europa.
También haría falta llevar el sentido común a los campos y cambiar el tradicional riego a manta por los modernos sistemas de riego por goteo, que ahorran agua a niveles realmente mágicos (dama Urganda me advierte que la magia sigue sin estar muy bien vista, pero es que a mí me parecen cosa de magia las cosechas que se obtienen cada año de los desiertos de Tierra Santa). Y, sobretodo, y creo que ésta es una lección que los modernos no han sabido aprender, no querer ir contra natura, no querer recrear en los quasidesiertos del sur de Europa los verdes prados de Irlanda o de Inglaterra: no empeñarse en construir campos de golf en zonas donde ya hace años se conoce la insuficiencia de agua para el consumo humano. (Por cierto, ¿cómo es que la majadería no se considera delito, al menos entre lo que ustedes llaman "la clase política"?)

viernes, agosto 19, 2005

Contra bellacos, malandrines y gigantes


bellaco, ca. (De or. inc.) adj. Malo, pícaro, ruin. Ú. t. c. s. || 2. Astuto, sagaz. Ú. t. c. s.


malandrín, na. (Del it. malandrino, salteador) adj. Maligno, perverso, bellaco. Ú. t. c. s.


gigante. (Del lat. gigas, -antis, y este del gr.) adj. Gigantesco. || 2. adj. Mucho mayor que lo considerado como normal. Pensamiento, esfuerzo gigante. Tamaño gigante. || 3. m. Ser fabuloso de enorme estatura, que aparece en cuentos y fábulas mitológicas. || 4. m. Persona que excede mucho en su estatura a la que se considera normal. || 5. m. Gigantón (figura gigantesca que suele llevarse en algunas procesiones). || 6. m. Persona que destaca extraordinariamente en una actividad o posee una cualidad en grado muy elevado. || ~ en tierra de enanos. 1. m. coloq. Hombre de pequeña estatura. || 2. m. U. para denotar que una persona descuella no por su propio valer, sino por inferioridad de quienes la rodean.






Es cierto: los bellacos y los malandrines no son gigantes; pero, para mí, forman parte de la misma familia que componen aquellos enemigos que citaba don Quijote cuando arremetía contra inocentes ovejas, frailes desprevenidos e indiferentes e inderrotables molinos. En mi imaginación —o en la imaginación del niño que leyó las aventuras del caballero de la Mancha y que acabó convirtiéndose en lo que ahora soy—, son todos parientes, y todos se dedican a los mismos menesteres en qué se ocupaban en el mundo del Caballero de la Triste Figura: a idear y a realizar maldades contra la humanidad.


Pero, ¡ay!, como los de antaño, los malhechores de nuestros días sólo se lanzan contra la humanidad más indefensa, o esconden su maldad bajo la máscara de las mejores intenciones. Libres del estorbo de Quijotes y de Sanchos (que también tuvo que librar sus batallas el ilustre escudero, y lo hizo siempre con valor, con honor y con honradez), bellacos, malandrines y gigantes se pasean impunemente y con total libertad señoreando un mundo débil y sin carácter que contempla sus andanzas sin inmiscuirse en ellas.


Idiotizadas, las gentes aplauden la malicia, la estupidez y la soberbia de estos engendros diabólicos, sin soñar ni siquiera liberarse de ellos porque ni siquiera se saben encadenados, y aún lucen con orgullo sus cadenas.


Si yo fuera (o fuese) persona sensata, actuaría como aquellas gentes acorderadas, y callaría y seguiría mi camino sin buscarme otros pleitos; pero nunca lo he sido. Tal vez —probablemente— aquellas lecturas infantiles me reblandecieron el cerebro —a pesar de las ingeniosas advertencias de Cervantes—.


Como toda lectura deja huella, y aprovechando que el dichoso centenario es buena ocasión para homenajear autor y personaje con un poco más de sustancia que los políticos de foto, me he decidido a retomar mis armas, antaño pluma y pergamino, hoy teclado y procesador de textos, para salir a enfrentarme como buenamente pueda a mis bellacos, a mis malandrines y a mis gigantes. Así, pues, temblad, malhechores de los tiempos presentes, que don Galaor ha desempolvado sus armas y os acomete como antaño hizo.